Percibo en el libro de Benjamin Alire Sáenz,un hilo conductor: el tono melancólico sobre el que se sostienen historias tristes contadas desde la frustración la pérdida o ausencia, y el dolor. Javier, uno de los protagonistas, no abandona su ciudad a pesar del miedo, crimen e impunidad que impera del lado mexicano.
A continuación, te presentamos el cuarto ensayo de la serie “Juárez con Jota”, destinada a explorar la representación literaria de una matriz queer desde perfiles LGBT+ asentados en la región fronteriza Ciudad Juárez-El Paso.
Por Carlos Urani Montiel
Ciudad Juárez, Chihuahua, 16 de noviembre (JuaritosLiterario).- Hace casi cuatro años, el proyecto de investigación Cartografía literaria de Ciudad Juárez (Juaritos Literario) salió al espacio público a realizar su primera caminata: Aquí a la vuelta… de página. La planeamos por mucho tiempo, diseñamos el recorrido con ahínco, ensayamos días antes, difundimos el evento, estampamos playeras e imprimimos infografías y mapas con una ruta específica a través de sitios emblemáticos en torno a la calle Ignacio Mariscal y la avenida Benito Juárez, en el primer cuadro de la ciudad.
No contemplábamos que días antes, uno de los bares más representativos de la noche juarense hubiera discriminado, al no permitir la entrada, a Rosalinda Guadalajara, la Gobernadora tarahumara (ralámuri) de aquel entonces.
Ante el dilema sobre si nos deteníamos o no en el local, y bajo la amenaza de que algunos asistentes no entrarían a degustar una margarita, recordé cuando Antonio Rubio, miembro fundador del colectivo, puso ante mí un libro que en la portada presume a título y en letras rosas el nombre del establecimiento: Kentucky Club. Conexión más que evidente para una iniciativa que promueve la lectura a partir del nexo entre elementos urbanos que, a manera de lugar de inspiración, estimulan la ficción de una frontera que se habita, se lee y se cruza en un sinfín de maneras e impulsos físicos y simbólicos.
Aquel invierno de 2016 hicimos parada en el Kentucky, ya que hablar sobre el cuentario de Benjamin Alire Sáenz bien valía la pena, como lo sigue valiendo ahora, con motivo de esta colección de ensayos, Juárez con Jota, destinada a explorar la representación literaria de una matriz queer de la que se desprenden formas de ser y actuar desde perfiles LGBT+ asentados en la región fronteriza Ciudad Juárez-El Paso.
El título original del cuentario, Everything begins & ends at the Kentucky Club, no solo contiene una geolocalización específica, sino que, además, une a ella aperturas y resoluciones de secuencias narrativas en el lado mexicano. La colección de siete cuentos apareció en 2012 bajo el sello de Cinco Puntos Press, en El Paso, Texas, casa editorial donde el escritor, oriundo del condado de Doña Ana, en Nuevo México (1954), cuenta con varias publicaciones: poemarios, novelas juveniles de considerable fama y libro-álbumes infantiles.
Al año siguiente, el libro obtuvo el premio PEN/Faulkner de ficción, lo cual le dio gran proyección y reconocimiento. Para el 2014, Random House ya tenía lista la traducción a cargo de Juan Elías Tovar Cross, acostumbrado a trabajar con obras para niños y lejano al contexto expresivo en donde ocurren las acciones de Kentucky Club. Afirmo lo anterior, para recomendar la lectura del original en inglés, sobre la versión en español, a la cual me acerqué primero y tuve que abandonar tras desconfiar del habla de los personajes.
Esta imprecisión en la materia prima es más notable en “A veces la lluvia”, cuento narrado en primera persona por Neto (Ernesto), quien recuerda cómo se enamoró de Brian Stillman, en el último año de preparatoria. Una oscuridad paulatina que va nublando el mundo de Ernie –así llamado por los gringos–, se refuerza por exclamaciones informales características no solo de la jerga/slang juvenil, sino también por giros lingüísticos propios de mexicanos que residen en el suroeste de los Estados Unidos. Trasladar un texto a otra lengua implica, en mi opinión, estar al tanto de la tradición literaria a la que pertenece la fuente, para así conservar la variante regional que particulariza a los protagonistas.[1]
Hablando de tradiciones, deudas y filiaciones, los relatos de Sáenz recuperan espacios, atmósferas y conflictos propios de la literatura escrita en inglés por México-americanos; pongo por ejemplo el ambiente familiar, una fuerza centrípeta que al desquebrajarse o sufrir algún daño afecta de manera directa a sus miembros, generando acciones e intriga. Así ocurre con el núcleo familiar de los protagonistas de “El que pone las reglas”, “Hermano en otro idioma” y “Persiguiendo al dragón”. Lo mismo sucede en las novelas de Óscar Zeta Acosta, The autobiography of a brown buffalo (1972), de Sandra Cisneros, La casa en Mango Street (1984), y de Arturo Islas, The Rain God: A desert tale (1984).
Además, con esta última obra, también ambientada en la franja fronteriza, sostiene otra relación mucho más relevante. El personaje de Félix en la novela El Dios de la lluvia, del cual ya he escrito, muere asesinado de manera brutal en un descampado, asociado simbólicamente al desierto, en las faldas de la Montaña Franklin. Este crimen de odio por homofobia es la antesala de “El arte de la traducción”, cuento donde Benjamin Alire Sáenz narra el proceso postraumático de un chico que sufrió un ataque tumultuoso, también a mediados de la década de los 80.
Los agresores tradujeron “el mundo, con puños, con rabia, con violencia”, grabando con el filo de la navaja insultos en la espalda de Nick (Nicolás Guerra), quien gustaba de leer, un aficionado voraz de la palabra escrita. Su reincorporación –es decir, el “trayecto de vuelta al mundo de los vivos”– implica sobreponerse a sueños donde lo volvían a agarrar en un paraje poblado de mezquites, chamizos y cactus. Allí vivían “los tres muchachos blancos que me lastimaron. Vivían en todos los desiertos de la tierra. Muerte. Ahora así se decía desierto. Así que ahora allí vivían, en todos los desiertos, en todos los sueños que iba a tener en la vida. Sabía que algún día me iban a encontrar, a atrapar, a cortar otra vez. Le di la espalda al desierto que alguna vez amé y corrí a mi casa”.
A inicios del siglo pasado, Oscar Wilde, tras haber cumplido una condena acusado por sodomía, escribió De profundis. La epístola –dirigida a su amante Bosie, quien se resguardó en el silencio durante los dos años que el escritor irlandés pasó en prisión–, sugiere que el dolor es materia fértil para la creación: “No hay nada que se mueva en todo el mundo del pensamiento o del movimiento a lo que el Dolor no vibre con pulsación terrible, aunque exquisita”.
Percibo en Kentucky Club un hilo conductor que se deshilvana a lo largo de la colección de siete cuentos: un tono melancólico sobre el que se sostienen historias tristes contadas desde la melancolía, la frustración la pérdida o ausencia y, sobre todo, mucho dolor. Aunque “El que pone las reglas” podría quedar fuera de lo dicho, debido al final narrado desde el éxito, la situación inicial del niño Maximiliano es bastante dura. El abandono experimentado por parte de su madre lo condiciona a ser reacio y hosco, a permanecer en un estado de alerta. De ahí que la relación filial con el hombre que le salvó la vida resulte por demás entrañable.
Concluyo con el plato fuerte. La pieza inicial del cuentario, “Él se fue a estar con las mujeres”, es tan buena que desluce la calidad de las otras seis. El mismo autor ha confesado que tras haberse alejado del género cuento, a pesar de enseñarlo en el programa de escritura creativa de UTEP, retomó su escritura con dicha composición, publicada con anterioridad en una revista digital, de la que partió la idea para armar el libro completo. De ahí que el último relato, “El juego del dolor”, sea similar en cuanto a la premisa: pormenores y altibajos de una relación amorosa entre hombres maduros, intentando con ello provocar la idea de cierre o circularidad.
Lo primero a resaltar en “Él se fue a estar con las mujeres” es que sus 16 apartados consiguen armonizar los temas distintivos de la literatura fronteriza; de tal manera que el cuento recibe, sin problema alguno, la etiqueta de “ejemplar”, dentro de un corpus de una producción regional que debe ser leída sin importar los límites nacionales. Dos protagonistas –uno juarense, Javier, y Juan Carlos, “Ni mexicano. Ni americano”, de origen humilde– se conocen en un café en El Paso, al que ambos frecuentaban. Juan Carlos, pintor y escritor que goza de cierta fama, asume la voz del relato.
Narrado en primera persona, el ligue o galanteo comienza desde lo trivial hasta lo hondo que cala la angustia por el ser amado. El erotismo que alcanza su punto máximo en el departamento del escritor, en Sunset Heights, funciona de manera tan eficaz y emotiva, como también lo hace lo meloso de las confesiones, los sueños, cocinar mientras uno de ellos duerme, la preocupación, el mensaje de texto cuando apenas amanece, quedarse en la casa del otro, la suave y dulce cadencia de la rutina en pareja. “Tratábamos de llegar a conocernos sin explicarnos demasiado. Nos volvimos el libro favorito el uno del otro. Estábamos obsesionados con leernos”.
Javier defiende vehemente no abandonar su ciudad a pesar del miedo, crimen e impunidad que imperaban del lado mexicano. “Amaba a su Juárez. Se le veía en los ojos, en su cara sin rasurar, en su manera de moverse y de hablar. Casi podía probar su amor por esa pobre ciudad desdichada en sus besos”. El mismo personaje también carga con el peso de un pasado familiar que nos adelanta el trágico desenlace. Javier le cuenta a Juan Carlos que su mamá era una trabajadora social “a quien le apasionaba trabajar con travestis”, pero la mataron; “Nunca encontramos su cuerpo. […] Era tan joven y feroz e increíblemente viva. Todos los hombres siempre volteaban a verla. Se volvió bastante activista. Creo que los travestis la volvieron activista. Pero yo no le reprochaba que luchara. Y luego, un día, no llegó a la casa. Nomás desapareció.” Se volvió cifra: “otra mujer desaparecida en el desierto, su carne devorada por la chingada arena”.
La monografía de Víctor Saúl Villegas Martínez, El personaje gay (2018), ofrece varias herramientas conceptuales y críticas desde la perspectiva de género, los estudios gay y la teoría queer. Uno de los cuentos ahí analizados, “Mapache” de Jorge Arturo Ojeda (1975), presenta varias similitudes con el de Benjamin Alire Sáenz, el cual se suma a la tradición del “homosexualismo trágico”, presente en la prosa latinoamericana, como en El beso de la mujer araña de Manuel Puig (1976).
La visión de la tragedia, explica Villegas Martínez, no se finca en la perspectiva abyecta de la homosexualidad; lejos de señalar a figuras como seres incómodos en la representación heterosexual, los personajes se desenvuelven en una concepción abierta; gozan de su cuerpo y amor sin mayores impedimentos. “La muerte llega debido a un contratiempo no concerniente a la sexualidad de los protagonistas, aunque, irremediablemente, aniquila su relación”.
Por último, subrayo que el carácter transfronterizo de “Él se fue a estar con las mujeres” se consigue porque las acciones ocurren en ambos lados de la franja, donde el tradicional Bar Kentucky, en la avenida Juárez, funciona como un lugar de paso, un espacio de transición en el que venden margaritas; Javier y Juan Carlos se adentran en la intimidad de cada ciudad, aunque no evitan salir ilesos.
[1] “I looked at him. «Bummer», I said. I don’t think we’d actually ever spoken to each other. We probably said Hi or something like How’s it hangin’. The thing was that I hung out with guys like me-Mexicans who went to school because they had to and who mostly had jobs after school and on weekends”. Veamos a qué me refiero: “Lo miré. -Gacho -dije. Creo que en realidad nunca habíamos hablado. Seguramente nos decíamos hola o algo como ¿qué onda? La cosa es que yo me juntaba con los güeyes como yo: mexicanos que iban a la escuela porque era obligatorio, quienes en su mayoría trabajaban saliendo de clases y los fines de semana”.